lunes, 18 de junio de 2012

Un tren andaluz


Seis días a bordo del elegante Al Andalus, con sus vagones de camarotes y coches comedor, por las vías de Andalucía, para visitar estaciones y ciudades como Sevilla, Córdoba, Granada y Cádiz
Viajar en tren significa tomarse tiempo. Desplazarse a una velocidad humana o casi. Es poder mirar hacia fuera, ver cómo desfilan los paisajes, cómo adquieren vida las estaciones; y también mirar hacia dentro de uno mismo porque se dispone del tiempo para hacerlo y porque el lento balanceo, el ritmo impuesto por los bogies, obliga a la reflexión. (de La edad de oro del viaje en tren por Patrick Poivre d'Arvor).
Día 1. Sevilla-Córdoba
A BORDO DEL AL ANDALUS.- En el andén doce de la estación Santa Justa, Sevilla, el Al Andalus (Andalus con acento esdrújulo) contrasta con otros modernos, veloces, aerodinámicos y silenciosos trenes, como el Ave, el gran campeón que espera su turno en las vías vecinas. Este otro, en cambio, tiene vagones de 1928 y aguarda con dignidad de veterano aún en servicio. Si esto fuera una película animada de Pixar, imagino los comentarios, las burlas de los trenes rápidos y blancos de Renfe, y el amor propio y cierta nobleza de este viejito que hace pocos meses, ahora bajo la dirección de la empresa estatal FEVE, volvió a dar pelea en los rieles luego de ocho años detenido.
El Al Andalus es un tren netamente turístico que parte desde y vuelve a Sevilla, cubriendo un buen panorama general de Andalucía en seis días, cinco noches y escalas en ciudades como Córdoba, Baeza, Granada y Ronda, con todas las comidas y excursiones programadas e incluidas en la tarifa. Uno de esos ferrocarriles de colección, que, más allá de cualquier destino, proponen en alguna medida un viaje al pasado, como el Orient Express o el sudafricano Rovos.
Al mediodía, los pasajeros empiezan a subir al tren, con capacidad para algo más de sesenta en una treintena de camarotes, más dos coches comedor, piano bar y otros salones belle époque. Un asistente se encarga del equipaje mientras cada uno hace su check in en el coche recepción, que es como la conserjería de un hotel victoriano. De allí van hacia la cola de la formación por unos angostos pasillos de madera, alfombrados, por los que es sencillamente imposible no evocar el espíritu de Agatha Christie y sospechar de algún misterioso asesino al cruzarse con otro pasajero...
Parecido a lo que ocurre en un hotel, igual a lo que pasa en un crucero, los primeros minutos en un camarote del Al Andalus son especiales. Toca descubrir dónde está cada cosa, explorar el espacio bien aprovechado, colonizar el placard, instalar el equipo que acompañará en cinco noches de travesía, chequear el baño, las amenidades, las toallas con logo? En el caso de las habitaciones superiores, hay un elegante sillón que a la noche será cama, un closet con frigobar, dos amplias ventanas, mesa, sillas, baño privado y recovecos y puertitas varias para aprovechar. No hay tele ni wifi (sí las hay en uno de los salones), lo que, con los días, probará ser algo muy positivo.


En el camarote espera también el programa diario impreso en una hoja membretada, que indica que a las 13.40, en el salón de recepción, la tripulación invita a un brindis de bienvenida mientras ya arranca el tren rumbo a Córdoba.
Durante los primeros minutos de marcha, el grupo de españoles, ingleses, franceses y, sí, argentinos (Liliana y Luisa, dos docentes jubiladas), almuerza en dos coches comedor de película un menú de cuatro pasos y hasta un licorcito final que ameritaría una siesta. Pero a las 15.15 la formación ya está en Córdoba, donde un bus conduce a los pasajeros hasta el puente romano por el que se ingresa en el casco antiguo de esta ciudad en la que convivieron cristianos, moros y judíos.
Siempre con guías en castellano, inglés y francés, se visita la increíble mezquita convertida en catedral por la Reconquista, en la que se mezclan columnas griegas con arte mudejar y cúpulas barrocas y renacentistas. Luego, un pequeño tour por el barrio de judería, aprovechando para tocar el pie de la estatua de Maimónides, lo que según la superstición contagiaría en el mejor de los casos algo de la sabiduría del médico, rabino y filósofo. Se espía algún patio andaluz, se compra algún souvenir y, de a poco, se hace la hora de la cena, que no será en el tren sino en El Churrasco, un restaurante en pleno casco histórico que es uno de esos placeres que hay que darse en vida (salmorejo sobre berenjena tostada, para empezar). Se evita así cenar en el tren detenido en una estación oscura, cosa que no tendría mayor gracia.
Al volver a casa, en el camarote la cama está preparada e irresistible, salvo para los que van a tomarse una última en el coche bar-pub.
Día 2. Baeza y Ubeda
A las 8 en punto, el Al Andalus comienza a dejar atrás la estación de Córdoba. Va hacia Baeza y, como el más tradicional protocolo ferroviario lo indica, según explicarán, una campanita suena por los pasillos de los camarotes, por si es que alguien no se despertó aún con todo el movimiento y el traqueteo.
Un tren como el Al Andalus tiene algo de la lógica del crucero. Una de sus ventajas es que el pasajero visita cantidad de lugares sin armar ni desarmar valijas, sin ingresar ni salir de hoteles y sin contratar distintas excursiones: todo está resuelto y el hotel es siempre el mismo por más que el destino cambie. Por otra parte, si bien Sevilla y Granada suelen estar en el itinerario de cualquier viaje al sur de España, el tren suma otras paradas que pasan inadvertidas para la mayoría. Las de esta segunda jornada, por ejemplo.
Baeza y Ubeda son dos buenas vecinas de Jaén, la región con mayor producción de aceite de oliva en el mundo. Los campos de olivos, árboles pequeños pero de hasta más de 300 años, cubren realmente todo el paisaje. Así que lo que se ve en Baeza es justamente el Museo de la Cultura del Olivo, donde el guía Andrea Pezzini (es italiano) da cátedra sobre los secretos del Oro Líquido y las diferencias entre Virgen, Extra Virgen y los que no lo son. Sigue un veloz city tour y de vuelta al micro (una misma unidad persigue al tren durante todo el viaje; le dicen bus sombra) para trasladarse a Ubeda, de la que se puede decir varias cosas: que tiene una curiosa capilla privada o panteón, la Sacra Capilla del Salvador del Mundo, encargada en 1536 por Francisco de Cobos (una especie de Medici de Ubeda), y que es el pueblo de Joaquín Sabina, un andaluz al que muchos confunden por madrileño. Aquí el almuerzo es con varias maravillas a base de, cómo no, aceite de oliva, y también con una especialidad andaluza: rabo de toro. Increíblemente, el tour continúa después del considerable banquete, un desafío para el que todo candidato a tomar este tren debe estar listo.
A las 19.45 el hotel móvil parte hacia Granada. Los olivares llenan las ventanillas por un largo rato. Y esta vez la cena es a bordo y con show musical.
Día 3. Tierra soñada
El tren se despierta en la estación de Granada y todo está listo para el tour por la Alhambra, una de las razones por las que mucho turismo internacional arriba no sólo a Granada o Andalucía, sino a España en general. Fuerte punto a favor del Al Andalus: tiene todo resuelto para que sus pasajeros ingresen en esta maravilla; de otra forma, habría que comprar los tickets con semanas de anticipación. La visita tiene algo de VIP porque nadie necesita preocuparse por las entradas y porque los guías conducen al grupo por sectores de acceso restringido y porque todo culmina con un almuerzo en el Parador de Granada, dentro del mismo predio y con vistas únicas. Lo que viene bien si se tienen en cuenta los cientos de turistas de todo el mundo que pugnan por avanzar por jardines, patios y salas de esta mítica y, para su tiempo, sofisticada ciudadela.
La tarde queda libre para perderse a gusto por los laberínticos barrios de Granada, hasta que, por la noche, se vuelva a comer un completo menú en el restaurante San Nicolás, sobre un espectacular mirador ante la Alhambra iluminada, en el barrio gitano, el Alvaizyn. A pocas cuadras de ahí, la velada termina en un tablado flamenco dominado por diez gitanos, entre bailarines y músicos.
Día 4 . Ronda
El despertador es el mismo tren, que arranca tempranísimo hacia Ronda, en el sudeste andaluz y cuesta arriba. Las sierras que desfilan por las ventanas están salpicadas por molinos de energía eólica. "Los españoles sí que somos expertos en poner palitos en todos lados", suspira Marcelino Cortés Martínez, director del Al Andalus. Viene de trabajar en el Transcantábrico, un tren similar que recorre el País Vasco, Cantabria y Galicia. Dice que la inversión para volver a funcionar fue de dos millones de euros. Y que tuvo rápida repercusión porque era "muy esperado", particularmente por los ferroaficionados, que, vaya, abundan en muchos países. "El 80 por ciento de los pasajeros son extranjeros, sobre todo ingleses, alemanes, algún francés. Y, entre los latinoamericanos, los argentinos y los brasileños", cuenta.
La postal famosa de Ronda son las casitas blancas y las terrazas sobre el acantilado y su puente nuevo (1759-1793), que une la ciudad vieja con la joven, noventa metros sobre el dramático tajo del río Guadalevín. Quizá sea el momento más fotogénico del viaje. El puente y las casitas colgadas alguna vez impresionaron a Orson Welles. Pero Welles había llegado a Ronda por otro motivo. Es que el hombre era un admirador de la tauromaquia, tema en el que Ronda es un bastión fundacional. Pedro Romero, gran impulsor del toreo moderno, a pie, nació ahí en 1754. No casualmente en Ronda está la plaza de toros más antigua de España, ahora con museo y actividad taurina (corridas goyescas, que sería como una versión de gala con trajes de tiempos de Goya) limitada apenas a la primera semana de septiembre, donde raramente la duquesa de Alba falta en su palco. El tour es una oportunidad de entrar al ruedo, tontear detrás de las vallas de madera e incluso husmear en la trastienda de la corrida, en el picadero y otros sectores behind the scenes .
Luego de un almuerzo a bordo, el Al Andalus enfila hacia Dos Hermanas, donde habrá que combinar con el bus para llegar a Cádiz. Por fin, la playa. Frente a las históricas y monumentales Córdoba, Granada o Sevilla, Cádiz ofrece el aire de mar, tiempo libre para tomar algo en la Plaza de las Flores y comer tortillas de camarón y dorado en uno de sus mejores restaurantes: el Faro de Cádiz.
Y de vuelta al tren, rumbo a la prometedora Jerez.
Día 5. Jerez, de un sorbo
De algún modo, a medida que el viaje avanza, eltrabajo turístico parece aflojar. Si en los primeros días se sucedían los tours más fuertes, hacia el final la agenda es más tranquila. En Jerez, se visita una bodega justamente del vino que dio fama a la ciudad, la González Byass, productora del célebre Tío Pepe, el del fotografiadísimo cartel de publicidad en la Puerta del Sol, de Madrid. De allí se corre a la Real Academia de Arte Ecuestre de Andalucía para asistir (junto con cientos de turistas) a un show en el que los admirados caballos andaluces parecen bailar pasodobles. Ninguna de las dos actividades está mal, pero caen un poco del lado del exceso del producto exclusivo para gringos. Estilo crucero, la noche está reservada para la gran fiesta de despedida, con cantantes flamencas invitadas a bordo, champagne (perdón, cava) y luces de discoteca en uno de los coches-salón. Es curioso que todo esto ocurra en un tren detenido en Jerez, en la estación más bonita de todo el recorrido. Detenido en Andalucía y también, un poco, detenido en el tiempo.
Día 6. Ultima estación
El Al Andalus vuelve al punto de partida, la estación de Santa Justa, en Sevilla, fin del recorrido. Tiempo de admirar fugazmente la capital andaluza y también de saldar la cuenta de los gastos extras y preparar el equipaje para regresar a la realidad. Algo raro: en el andén, no pocos pasajeros tienen una sensación similar a la que persiste cuando, después de navegar por un tiempo, se vuelve a pisar tierra; el suelo se mueve . Algo del noble Al Andalus, aparte de su elegante traqueteo, quedará para siempre con cada uno de sus pasajeros.

TREN AL ANDALUS

Seis días, cinco noches con pensión completa (comidas tanto en el tren como en restaurantes seleccionados), hotelería, excursiones, guías en castellano, inglés y francés, entradas a todas las atracciones.
Próximas salidas, todos los domingos desde el 16 de septiembre hasta el 2 de diciembre.
Suite doble estándar, 2500 euros por persona, en base doble. Suite doble superior, 2950 euros por persona, en base doble (hay descuentos de hasta 200 euros por compra con seis meses de anticipación).
Representante en Argentina, Ola Mayorista de Turismo. www.ola.com.ar




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